Vivir recordando es vivir una historia inigualable, la propia vida. Cuando una persona recuerda su vida recibe un regalo, el regalo de la jubilación. Es como encontrar un verdadero tesoro, extraordinario y valioso. Tan valioso como el ritmo que marca el paso del tiempo, el transcurso de la vida en una autobiografía propia.

Hasta los acontecimientos más peregrinos y los sucesos más escabrosos se cuelan en el pensamiento para ir señalando y marcando la línea de la vida. Ahí se acomodan muchos más acontecimientos y muchos más episodios de la vida, con la sola intención de grabar en la memoria aquello que es merecedor de interés y evocación. Unos hechos de la vida de la persona sucedieron sin apenas dejar huella, otros momentos alcanzan un nivel de importancia tan grande que anulan a aquellos tanto o más importante que unos y otros. 

El paso de la vida indica cuánto somos capaces de hacer, cuál es el tributo que se paga a lo largo de la historia de la vida de una persona y cómo es posible que esa historia vaya deambulando entre la complacencia, la exigencia, la enmienda y la gratificación. Con ímpetu y con el aliento suficiente, conmutamos aquel cuánto, ese cuál y este cómo en la autobiografía.

Nos entregamos a la aventura de escribir la historia personal, que es también un regalo. Los regalos siempre nos gustan, porque tienen mucho de agradecimiento, de sorpresa y de recuerdo. La propia vida es un regalo, el mejor regalo. Por eso, cuando la vida se hace historia en forma de autobiografía, la persona recibe un doble regalo. Regalar una biografía, regalarse una autobiografía es regalar y regalarse una historia escrita con detalle, con sentimiento, con el corazón, con la memoria. 

Pero, ¿cómo hacer una auotobiografía? La biografía es el paisaje de la memoria, lleno de imágenes que motivan sensaciones. Miramos ese paisaje y observamos sus colores, nos deleitamos con los sonidos que emanan de cada punto, nos dejamos acariciar por la dulce brisa que nos envuelve y por la cálida luz del sol que ilumina el horizonte. El paisaje que brota de la autobiografía también se llena en algún momento de nubarrones, que enturbian nuestra mirada y entristecen nuestro ánimo. La autobiografía es cariño y estima que se irradia desde lo personal hacia el ámbito familiar y social, llegando incluso hasta donde nunca hubiésemos pretendido ni soñado.

Todo es único, todo es especial, todo es jubiloso en una autobiografía porque reúne las experiencias de toda una vida que, a veces, culmina cuando finaliza la etapa laboral. El día de la jubilación se convierte en el punto final de la autobiografía, aunque ese final da comienzo a otra etapa, a otra vida, otra existencia. La vida tras la jubilación sigue su curso, continúa sumando sensaciones, experiencias y deseos, pero desde una nueva perspectiva.

Es entonces, con esa nueva visión de las cosas que están por venir y con la nueva escala que nos permite seguir ascendiendo para alcanzar nuestros sueños, cuando la autobiografía se hace incluso necesaria, y se convierte en el gran regalo de la jubilación. 

 

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