El nuevo coronavirus ha provocado aislamiento, millares de fallecidos, inseguridad y soledad. Desde que se inició el 2020, la salud mundial está amenazada con la propagación del coronavirus, convertida en pandemia. Ninguna generación de ningún país ni territorio de cualquiera los continentes poblados del mundo tiene memoria de una situación tan dramática. El registro de personas fallecidas por los efectos del virus COVID-19 nos perturba a diario y nuestra conmoción tiene un carácter universal.

En España y otros países, las autoridades sanitarias consideraron que para proteger a las personas, lo mejor era el confinamiento de la población. Las familias, los vecinos, los compañeros hemos vivido separados. Casi de la noche a la mañana, nos encontramos las calles y carreteras vacías, los negocios cerrados, las clases suspendidas, la actividad empresarial, cultural y deportiva interrumpida, el suministro de los supermercados sobrepasado y los hospitales desbordados. Se nos presentó una de las experiencias más insólitas y angustiosas de nuestra vida.

Muertes en soledad

El temor a los síntomas del nuevo y extraño virus COVID-19, al contagio, a enfermar y, sobre todo a morir se adueñó de nosotros. Los consejos y recomendaciones sanitarias han marcado nuestra vida cotidiana y hemos asumido todos los aspectos de esta pandemia. Sin embargo, por encima de muchas otras situaciones, nos vimos abrumados por el número creciente de fallecidos.

Por más que se quiera comprender las circunstancias del confinamiento y por más que se busque explicación, el sentimiento doloroso de la pérdida por las personas fallecidas se ha hecho más intenso. Es triste perder a nuestros seres queridos sin haber estado junto a ellos en sus últimas horas y han muerto en soledad; sin haberles velado ni haber celebrado el entierro como es costumbre y tradición. Los funerales y ceremonias de despedida por los fallecidos quedaron anulados y como concluyen los estudiosos de Prehistoria y Antropología, las consecuencias del coronavirus nos ha impedido convertir a los muertos en difuntos, ofreciendo en su memoria rituales funerarios.

Recordando con la biografía

Con el COVID-19 el valor social y emocional del luto y del duelo se ha hecho más importante, porque La pandemia del coronavirus nos ha impedido acompañar y velar a los difuntos, también nos ha impedido pasar el duelo, recibir un abrazo de consuelo y agradecer las muestras de pésame. Deseamos honrar a nuestros difuntos. Queremos dar valor a su memoria. Necesitamos evocar sus recuerdos. Afirmaba Cicerón que “la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos”. Cada vez que recuperamos datos de la biografía de las personas fallecidas, acrecentamos su recuerdo. Los sentimientos se intensifican y nos unen más en el recuerdo y homenaje cuando nos ocupamos de escribir las biografías de los seres queridos que ya no están con nosotros.

A menudo, el dramatismo que rodea el fallecimiento de una persona cercana y querida nos hace experimentar todo tipo de emociones y sentimientos. El alcance del coronavirus en estas tristes circunstancias está complicando y dificultando mucho que podamos expresar lo que sentimos. Sin embargo, el relato de su biografía nos proporciona serenidad para honrar la memoria de quienes han dejado esta vida, para que permanezcan siempre en nuestro recuerdo.

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