Contar historias fue un deseo humano desde antiguo. Los grupos humanos sabían que estaban destinados a ocupar su lugar en el mundo. Cuando las sociedades preshistóricas emprendieron el largo proceso de su desarrollo como comunidad, generaron un complejo sistema de creencias, mitos y enseñanzas. Porque las civilizaciones más ancestrales se caracterizan por su sentido de la trascendencia.

Las pinturas y grabados prehistóricos hallados en cuevas y abrigos rocosos son la prueba material de aquella filosofía de vida. Después de miles de años siguen llamando nuestra atención, porque desconocemos su verdadero significado y porque nos conecta a un eterno dilema humano: el recuerdo.

En ausencia de escritura, los jefes espirituales de la Prehistoria relataban los hechos más trascendentales de su poblado por tradición oral. Realizaban representaciones pictóricas. Celebraban rituales para honrar a las fuerzas de la Naturaleza, símbolos del ciclo vital de la existencia. Son quizás las biografías y autobiografías más antiguas jamás narradas.

Escritura para el futuro

Siglos de desarrollo humano después, las sociedades han experimentado también el desarrollo tecnológico. Ha habido un cambio de mentalidades y creencias. Se tienen otras necesidades, se buscan otros objetivos, se experimentan otros placeres. Pero nos agrada tener conciencia y memoria de los momentos especiales de nuestra vida.

Recordar en esta época es fácil. Podemos hacer fotografías y grabaciones de voz, realizar películas en DVD, compactar archivos digitales, recuperar viejas cintas de vídeo y de Súper 8, Podemos escribir todo tipo de documentos, sobre todo tipo de materiales (como recuerda magistralmente Irene Vallejo en El infinito en un junco) y con numerosos objetos de escritura, desde el lápiz y el bolígrafo, pasando por la pluma estilográfica y llegando a la escritura por ordenador.

narrar para no olvidar

El futuro es una búsqueda de algo tan revolucionario y ancestral como el deseo humano de la contar la vida. El futuro siempre está cargado de vitalidad, de sueños y de entusiasmo. Nunca de olvido, de derrumbe o de ausencia.

Así las cosas, parece que ese ancestral temor denominado «damnatio memoriae» en la Antigua Roma, interiorizado como maldición y castigo, puede resultar insustancial en nuestros días. Sin embargo, de forma inconsciente e involuntaria, relatamos las cosas que hemos vivido a las personas que queremos y respetamos, a las personas que nos quieren y que nos respetan.

El relato de nuestra vida queda en la memoria de todos ellos,. De todos ellos también recibimos lo que saben y han aprendido en la vida y de la vida.  Hablamos y recordamos a los abuelos, a los padres, a los maestros, a los vecinos. Es aquel deseo antiguo de contar historias. Les recordamos y hablamos de ellos con enorme entusiasmo, como si fueran héroes legendarios. Y lo son, son los héroes de nuestra propia leyenda familiar y cercana.

Nos complace hablar de todos ellos. Contamos una y otra vez las historias que de ellos nos han contado. Recordamos sus vidas. Hacemos memoria de cómo eran sus voces y cuáles eran sus expresiones preferidas. Sentimos agrado al rememorar sus rostros, sus ademanes y sus miradas. Es el pago gratificante del recuerdo y la recompensa siempre dichosa de la memoria.

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